Aprende a nadar

La encarnación se parece bastante a un naufragio.

Un día nos damos cuenta que no sabemos dónde estamos, que anhelamos llegar a algún lugar seguro, que vamos dando manotazos porque sentimos que nos ahogamos, que necesitamos seguridad. Miramos a nuestro alrededor y vemos a otros flotando, entonces pedimos auxilio con la certeza que nos ayudarán; en nuestra desesperación no nos damos cuenta que también están en su naufragio, que también buscan algo que flote para asirse y no ahogarse… entonces nos abrazamos con fuerza y esperanza de ser salvados.

Lo más probable es que nos ahoguemos juntos, porque no estamos nadando ni permitiendo que el otro lo haga.

Debemos aprender a nadar: un buen nadador sabe que no se puede nadar abrazando a otro, ni siquiera tomando su mano. Podemos nadar juntos, lado a lado, estimulándonos mutuamente, alentándonos, dándonos coraje para continuar. Pero no podemos ni debemos depender del otro para mantenernos a flote.