La filosofía del culo

Los órganos del cuerpo organizaron una fiesta para celebrar la salud; hubo manjares, música, colores, texturas para acariciar y bastante vino… demasiado vino.

Como en toda fiesta donde se bebe de más, la arrogancia no se hizo esperar y el corazón abrió el debate diciendo: «si no fuese por mi trabajo permanente, otra sería la cosa»… y arrancó la discusión.

Los ojos fueron los segundos: «si no fuese por nosotros que vemos el peligro y la comida, algo que usted señor corazón no puede hacer, quién sabe si estaríamos vivos». Y así, cada parte del cuerpo alzó la voz en defensa de sus habilidades: las manos «nosotras agarramos el alimento y las armas», las piernas «nosotras movilizamos al cuerpo hacia los objetivos y emprendemos la huída», los pulmones «nosotros mantenemos oxigenados a todos» los oídos «cuando otros están mirando solo al frente nosotros cuidamos la espalda»… blablablá y más blablablá de cada integrante.

Todo hubiera quedado en anécdota de borrachos, pero un ofendido propuso una competencia para elegir al más útil que luego sería nombrado con el más alto cargo; entonces el culo, que había permanecido en silencio, habló: «Yo soy el jefe», dijo con voz grave.

Después de un atónito silencio, todos soltaron la carcajada. «Y vos, ¿Quién te crees para proclamarte superior al resto?», escupió el hígado exultante de bilis. El culo repitió sin cambiar de tono: «El jefe soy yo». Eso fue el detonante para la carrera más estúpida que haya existido.

Comenzada la competencia cada uno se exigió para dar lo mejor de sus funciones, por lo que el cuerpo corrió, agarró, vió, oyó, respiró, latió, digirió, filtró y sudó como jamás lo había hecho. Cada uno hizó su mejor tarea… excepto el culo que se limitó a apretarse.

Con el culo apretado, los ojos se nublaron, los oídos zumbaban, manos y piernas temblaban, el corazón tuvo arritmia, los pulmones casi colapsan, todo el aparato digestivo se inflamó y comenzaron las náuseas y otros malestares, lo que obligó al cuerpo a detenerse y caer al piso sin control.

Pasado un rato los órganos comprendieron que si no aclamaban al culo como el jefe supremo, todos morirían. Una vez en su puesto, el culo hizo lo que sabía: cagar a diestra y siniestra sin importar a quien salpicara.

A partir de aquella borrachera colectiva, en todo organismo – sea este compuesto por un solo animal o un grupo social de varios de ellos – el que manda no es quien mejor cumple su función sino quien tiene el poder de boicotear al resto.