Apenas un sueño

El TODO era.

Era el TODO, y nada más. No había más. Siendo el TODO, era incapaz de apreciar su propia dimensión y belleza.

El TODO era TODO. Siendo el TODO, no existía nada fuera de él. No habiendo nada fuera de él no podía verse, no podía medirse, no podía conocerse.

Pero podía soñar. Siendo el TODO, sabía que podía soñar lo que quisiera. Entonces se soñó siendo siete consciencias de si mismo. Él no podría dividirse pues en la unidad no puede haber “esto y aquello”, sólo hay “esto”; en cambio, en los sueños del TODO, todo es posible.

En su sueño, al verse desde otras consciencias se amó a sí mismo. Imposible no amarse: cada consciencia era él, él era cada una de las siete consciencias y era todas a la vez.

Decidió soñar que cada consciencia era distinta a las otras: una fue piedra, una agua, una madera, una aire, una fuego, una animal, una espíritu. Y seguía siendo perfecto: cada una servía y se servía de las otras.

Vio que cada consciencia era perfecta, pero ignorante de su propia individualidad. Soñó entonces que cada una se dividía en siete iguales. Y cada una se amó a si misma: eran espejos de sí mismas.

Soñó el TODO que cada consciencia era incomparable, y decidió colorearlas para compararlas. Y se enamoró: ¡Eran tan bellas en su variedad! Y las soñó con velocidades distintas, intensidades distintas, temperaturas distintas, habilidades distintas, apetitos distintos, miradas distintas.

Y voluntad propia. Y el poder de hacer lo que cada una deseara.

Luego decidió soñar que cada consciencia podía soñar por sí misma.

Una de las consciencias animales decidió soñar que estaba separada del TODO; al soñar la separación también soñó olvidar su conexión con el resto y, como para olvidar es necesario pensar, soñó que pensaba ser era la elegida del TODO. Pero, como en los sueños en que uno es elegido otro es rechazado, esta consciencia animal soñó que era amenazada. Entonces soñó que debía luchar para defenderse: soñó posesiones, armas, batallas, heridas, dolor, carencias, desastres, males, destrucción, dolor, dolor, dolor.

Soñar tanto dolor no sólo le hizo olvidar su conexión suprema; también olvidó que sólo era un sueño y podría despertar cuando quisiera, recuperando todo lo que creía perdido (es imposible perder algo cuando eres parte del TODO, pero para saberlo hay que despertar).

Olvidó que todos esos acontecimientos eran apenas un sueño; más aún, olvidó que él mismo era el TODO soñando dentro del sueño del TODO.

El TODO se amaba y reía. Al fin y al cabo, aquello era apenas un sueño y, siendo el TODO, despertaría cuando quisiera.

Un tiempo nuevo

El ángel estudió los sistemas del universo que había conocido: analizó cada astro, cada cometa, cada cúmulo; luego se marchó.

Ya lejos de los dominios del tiempo y el espacio se dispuso a comenzar su obra. Afuera (si puede llamarse «afuera» donde no existe espacio) tomó un puñado de nada y lo oprimió hasta hacerlo desaparecer en una brillante explosión. Las ondas de luz empujaron lejos las paredes del vacío, dando forma a un nuevo lugar. De los torbellinos de luz apartó algunos huracanes hasta que nacieron galaxias; hizo explotar galaxias y las concentró hasta formar estrellas; enfrió estrellas hasta formar planetas, o las exprimió hasta provocar singularidades; adornó con púlsares el borde de este universo personal, delimitando su pequeña creación. Más acá de eso,  preparó unos pocos cientos de miles de planetas que más tarde serían habitados.

Su falta de práctica le llevó a hacer, deshacer y rehacer, ir y venir repasando todo para no olvidar, apagando y encendiendo soles una y otra vez, diez, cien, un millón de veces.

Al fin un día (pues donde se crea un espacio se ocupa un tiempo), al fin un día cada cosa estaba en su lugar, equilibrada y equitativamente; al fin un día – un buen día – el ángel vio, desde dentro, su propio universo: perfecto, solemne, infinito, curvo, mágico.

Entonces sopló sobre el eje de su creación; comenzaron a girar las galaxias y, con ellas, comenzó la danza de un tiempo nuevo.

 

(principio de causa y afecto – capítulo 2)

Pequeña gema

La brisa tierna de la mañana jugaba en el follaje, que reía en susurros danzando bajo el sol.

Sin alterar el paisaje, el ángel se posó suavemente sobre el prado; la hierba reverdeció feliz, floreciendo a su paso; el sol iluminó con mas bondad,  acariciando los átomos del aire.

De pronto, algo entre la hierba llamó la atención del ángel: una pequeña piedra negra. El espíritu se inclinó, la tomó entre sus dedos, sintió un profundo amor por aquella fría e inerte criatura, y de sus ojos brotó una oceánica gota. Sopló la gema levemente y musitó: «Vive».

La piedra brillo con fuerza, extendió desde su corazón seis patitas ásperas y comenzó a andar, siguiendo al ángel donde quiera que este iba. Entonces el angel sentenció: «Estás vivo y eres libre. Sé feliz».

La forma viva sintió ternura en su alma de piedra y comprendió que todo lo que es, es agua del mismo océano: el ángel, la hierba, la gema, el sol. aprendió que los espíritus que se aman se unen para siempre en un infinito abrazo.

Y ya nunca siguió al ángel, pues comprendió que nada le apartaría de él.

Partículas divinas

Es muy frecuente la pregunta: «Si Dios es amor, ¿Por qué permite tanta injusticia?»

Debido a que tenemos una perspectiva en extremo acotada y a que aceptamos el concepto ya existente de una deidad bipolar (es todo amor pero nos quemará si no le gusta nuestro tono al hablarle), optamos por temerle o descreer. Si le tememos necesitaremos indefectiblemente de las religiones que nos protejan de ir al infierno; si descreemos, lo negaremos o lo tildaremos como «un niño jugando con su granja de hormigas».

Decimos que Dios es todo, pero seguimos considerando que estamos «afuera» de él, lo cual es una contradicción: Dios es todo y somos partes de él o no es todo, en cuyo caso es apenas uno más de nosotros, otro bicho del universo y por tanto creador de nada.

Si Dios no es el todo, nosotros lo creamos a nuestra imagen y semejanza: al ser sensible a los halagos y a las ofensas es altamente impredecible: benefactor, generoso, amable, cruel, celoso, vengativo, orgulloso y con clara tendencia a la discriminación sin sentido.

Si Dios es el todo, cada cosa que existe forma parte de él: es el hambre, el hambriento, la comida y la satisfacción, es TODO. Siendo el todo y eterno, somos eternos porque somos él. Siendo el todo, es el nacimiento, la vida, la muerte y el renacimiento, o resurrección, o reencarnación, o transformación, o transmutación.

Y de nuevo la pregunta: «Si es todo amor, ¿Por qué permite tanta injusticia?»

Para entender que no existe tal injusticia, debemos intentar «ver» desde su perspectiva y vernos como parte de él. Somos células del cuerpo de Dios.

Hagamos una breve reseña; tienes tal cantidad de células en tu cuerpo, y con especialidades tan variadas, que bien podrían compararse a la totalidad de los seres vivos en el universo: hay minerales, vegetales, animales, espíritus, energías. Hay células que son reemplazadas cada pocas horas – mucosa digestiva, la piel de las manos y pies – y las hay que viven años – neuronas y células óseas, por ejemplo. Imagina que algunas células de tu cuerpo tiene consciencia y una cierta capacidad intelectual como para preguntarse acerca de su propia misión y acerca de tu existencia – tan grande eres para ellas.

Imagina ahora que recibes una caricia erótica: el toque aumenta paulatinamente de intensidad hasta que alcanzas el éxtasis.

Pregúntate: ¿Cuántas células murieron durante esos momentos de intenso placer? No sólo las epiteliales que perdiste en el roce con las sábanas, sino las de tu genitalia que fueron besadas, las de tus mucosas arrastradas por la sudoración, las aplastadas por las mordidas… ¿Lamentas su muerte? ¿Te parece injusto?

Nuestro problema es que humanizamos tanto a Dios que lo consideramos un caprichoso mortal más, pasible de ofenderse y de dejarse seducir por las lisonjas, un humano cualquiera y de ese modo lo responsabilizamos de nuestras miserias.

Es imposible conocer los planes de Dios: es tan enorme que cualquier esfuerzo por abarcar su inmensidad es inútil, absolutamente inútil.

Las injusticias en el mundo son nuestra obra exclusiva y por tanto nuestra exclusiva responsabilidad. No metamos a Dios en eso.