La brisa tierna de la mañana jugaba en el follaje, que reía en susurros danzando bajo el sol.
Sin alterar el paisaje, el ángel se posó suavemente sobre el prado; la hierba reverdeció feliz, floreciendo a su paso; el sol iluminó con mas bondad, acariciando los átomos del aire.
De pronto, algo entre la hierba llamó la atención del ángel: una pequeña piedra negra. El espíritu se inclinó, la tomó entre sus dedos, sintió un profundo amor por aquella fría e inerte criatura, y de sus ojos brotó una oceánica gota. Sopló la gema levemente y musitó: «Vive».
La piedra brillo con fuerza, extendió desde su corazón seis patitas ásperas y comenzó a andar, siguiendo al ángel donde quiera que este iba. Entonces el angel sentenció: «Estás vivo y eres libre. Sé feliz».
La forma viva sintió ternura en su alma de piedra y comprendió que todo lo que es, es agua del mismo océano: el ángel, la hierba, la gema, el sol. aprendió que los espíritus que se aman se unen para siempre en un infinito abrazo.
Y ya nunca siguió al ángel, pues comprendió que nada le apartaría de él.