Consciencia y evolución

Algunas personas sostienen que «la humanidad está cada vez peor: guerras, crímenes, injusticias… cuando va a parar todo esto».

Algunas otras creen que antes de hacernos trizas aparecerá un salvador que mágicamente enviará a la tortura a los malos y rescatará a los justos, instaurando un gobierno de paz eterna donde las ex-víctimas serán felices glorificando para siempre la bondad de su líder. Personalmente, considero que cualquier situación que dure una eternidad, por muy linda que sea, acabará siendo un infierno. Quizá por ello tampoco me siento bien en el rol de víctima…

La humanidad no está peor de lo que haya estado jamás; no hay, en proporción, más malos que buenos. Eso debería ser un alivio.

El ser humano es naturalmente perverso, oportunista, destructivo; prueba de ello tenemos en la misma historia humana: las cruzadas, las conquistas, el «descubrimiento» de nuevas tierras y cada conflicto bélico nos habla de la barbarie sin excusa que la naturaleza humana expresa. Ninguno de esos eventos aportó beneficios a los invadidos, sólo a los invasores. Claro, quien queda en pie luego tergiversa de modo admirable las razones y los hechos, convenciendo a las generaciones posteriores de los sobrevivientes que el criminal es en realidad su mejor amigo.

Pero no es mi razón hablar de la maldad inherente a la especie, sino de la posibilidad de modificar la forma en que nos relacionamos. Ello sólo es posible evolucionando y conviertiéndonos en el milagro. Créanme: nadie vendrá a salvarnos de la destrucción. Debemos asumir nuestra responsabilidad en el proceso de cambio, debemos ser protagonistas del cambio. Cuando entendamos que nuestros hijos no hacen lo que decimos sino lo lo que nos ven hacer, dejaremos de simplemente opinar y empezaremos a actuar.

La evolución es cuestión de consciencia; el respeto y la empatía no pueden ser enseñados, no son productos de la educación filosófica o la formación religiosa, aunque estas puedan aportar algo. Tampoco es un don divino, una virtud que nos fuera obsequiada por un poder superior: evolucionar es una decisión individual y voluntaria. Y es imprescindible que cada uno de nosotros sea el ejemplo vivo.

Debemos dejar el rol de «manual moralista de instrucciones» tras el cual nos escondemos, y asumir el rol de maestros de nosotros mismos. Fue lo que el hijo del carpintero hizo: mostrar como se hace. Y luego agregó: «tú harás cosas más grandes que estas»

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