La caza del jabalí

Para un guerrero no existe manjar más preciado que el jabalí, por su abundante y sabrosa carne y por el reto que implica su caza. Los tigres – formidables depredadores – conocen la fiereza y peligrosidad de los jabalíes, por eso se miran con respeto cuando se cruzan, ambos manteniendo una segura distancia. Los guerreros en cambio buscan esta presa que pondrá a prueba todas sus aptitudes: propósito, observación, paciencia, sentido de la oportunidad, voluntad férrea, valor y control de la ansiedad.

Para cazar un jabalí, el guerrero busca señales de su presencia en el ambiente; una vez halladas las pruebas, elige un árbol desde el cual acechar la presa sin ser notado, donde pasará horas muy quieto observando la metódica rutina del animal; él sabe que el primer día su presa notará un olor nuevo y estará inquieto y alerta, por lo cual deberá mantenerse oculto un par de días, mimetizado con el entorno. Una vez cerciorarse que el jabalí actúa confiadamente, el cazador prepara la emboscada a ras de suelo, porque es prácticamente imposible cazarlo desde arriba: el jabalí tiene una cabeza enorme y dura, y no otorga puntos vulnerables en su lomo; la única oportunidad la dará frente a frente.

Decidido el momento, el guerrero se sitúa en su lugar de tiro antes del amanecer: una rodilla en tierra, el arco tenso, la flecha apuntando hacia el lugar donde horas más tarde el jabalí hará su aparición. Con el correr del tiempo se siente el cansancio en los músculos tensos, el sol quema, los insectos molestan, presas menores seducen el hambre convirtiéndose en verdaderas tentaciones… pero lo único que importa es el jabalí: ese es el propósito, el más sabroso manjar.

De pronto lo oye entre el follaje: el animal ya no teme a su presencia, su olor ya no le significa amenaza; paciencia…

Momentos más tarde, el jabalí aparece en el sendero frente al cazador, a no más de veinte metros; al fin se ven. Aquello totalmente inmóvil es ahora una amenaza para el animal, que ataca furioso al intruso. El valor, el sentido de la oportunidad y el control de la ansiedad significan la diferencia entre cazador y presa; la flecha debe partir en el momento exacto y con la fuerza justa para alcanzar el corazón del bello ejemplar y derribarlo; ya no hay hambre, ya no molestan las picaduras, ya nada más existe: es el momento en que el Universo se detiene y uno de los dos muere.

El guerrero danza junto al fuego, agradeciendo al Gran Espíritu la cena y consagrando al gran jabalí que, con la vida, le ha cedido su fuerza y su bravura.

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