El cosito de cerámica

En 2009 me contactó telefónicamente un matrimonio joven – en este relato los llamaré Héctor y Victoria – para pedirme ayuda: necesitaban una limpieza energética de su casa pues ellos percibían «presencias poco amistosas», e incluso Héctor podía ver los «fantasmas»; llevaban semanas sin dormir bien y estaban enfermando. Hablamos brevemente y acordamos que visitaría su hogar para charlar con más detalle.

Dos o tres días más tarde fui; Héctor me recogió en la parada del ómnibus y en su moto recorrimos el kilómetro y medio que había entre dicha parada y la casa, en la zona de Melilla. En el viaje me contó que la noche no pudieron descansar ni un instante y ambos estaban agotados.

Al llegar a la casa entré por la cocina. Victoria estaba sentada desayunando, su rostro mostraba claros signos de cansancio; aún así saludó con una sonrisa. Yo no pude saludarla inmediatamente: en cuanto entré por la puerta comencé a sentir golpes en el pecho y el vientre, empujones, la energía era sin duda violenta; prestando atención a aquella «agresión» levanté la mano y dije con firmeza «no me iré: hoy vengo en paz»… y los golpes y empujones cesaron.

«¡Los sentiste!» dijo Héctor visiblemente conmovido; «Yo ya creía que estabamos enloqueciendo» – agregó. Luego me contaron que ellos veían sombras en todo momento; descansaban tan mal que Victoria no lograba conciliar el sueño hasta el amanecer y luego que se dormía no podía despertar, al contrario de Héctor que no dormía más de dos horas diarias. Estudié la casa, pedí información a mis Guías acerca de las energías que enfrentaba y qué actitud debería tomar; luego anuncié a Héctor y Victoria que en una semana volvería para armonizar el lugar. Antes de irme les entregué un pequeño mandala de cerámica de los que utilizo como «cerco» para mantener los lugares libres de «compañías no gratas» y les dije «ésto forma una burbuja de luz en un radio de unos 5 metros, pónganlo bajo la cama esta noche para poder descansar». Nos despedimos y me fui.

Pasó la semana y llegó el Lunes acordado; cuando desperté estaba solo en casa: las niñas en la escuela y mi esposa en su trabajo. Me levanté de la cama y, camino al baño, algo me golpeó en el rostro con tal fuerza que caí al piso. Mientras me incorporaba comprendí que era aquello, entonces exclamé: «Tengo trabajo que hacer y lo haré, a menos que me maten». Me levanté y al enjuagarme la boca descubrí dolorosamente que «aquello» que me golpeó me había roto un premolar. Preparé mis cosas, pasé por la farmacia en busca de un buen analgésico y partí hacia casa de los muchachos. En el viaje telefoneé a Héctor para saber como estaban e indicarles que me esperaran fuera de la casa y en lo posible no volvieran a entrar hasta mi llegada. Así lo hicieron. Cuando arribé ambos sonreían, ya no parecían agotados; les dije que empezaría la limpieza y que, sin importar lo que oyeran, no entraran a la casa hasta que yo saliera y le diera permiso para ello.

Me paré frente a la puerta, invoqué a los Protectores, me encomendé a mis Guías y entré. Puse mis herramientas en el piso y cuando iba a colocar el primer mandala, algo me levantó del piso agarrándome por la cabeza, con tal fuerza que me rompió otro diente… Estaba aterrado, sabía que iba a morir.

Aquello estaba dispuesto a impedir que hiciera mi tarea; entonces dije en voz alta: «Terminaré lo que vine a hacer o moriré haciéndolo, pero de aquí no me iré». Entonces la entidad o lo que fuese me soltó; me incorporé, tomé las «armas» y volví a la tarea, pero ya nada me molestó; pude terminar de armonizar el lugar.

Cuando salí y los llamé para que entraran a la casa, ambos exclamaron que se sentía la diferencia. Les pedí algo para beber y luego les pregunté como habían pasado esos días. Héctor dijo:

«Tenemos algo muy loco que contarte. La primer noche después que viniste, «el cosito de cerámica» que nos dejaste no lo pusimos bajo la cama sino encima, entre las almohadas. Nos costó un poco dormirnos, parecía que el cosito de cerámica nos empujaba, nos molestaba; después que logramos reprimir varias veces las ganas de tirarlo por la ventana, nos dormimos».

«Esa noche dormí como nunca, profundo, tranquilo; puedo decir que descansé por primera vez desde que vivimos acá. Pero tuve un sueño muy extraño: soñé que el cosito emitía una luz que llenaba el dormitorio e impedía a los fantasmas entrar; a ellos los veía furiosos en la puerta y tras la ventana – tal como los he visto estando despierto pero furiosos – porque el cosito no los dejaba acercarse».

«Cuando desperté era temprano aún, 6:30 am; Victoria no estaba en la cama: me levanté asustado, pensando cualquier cosa… pero la encontré en la cocina preparando el mate. Me miró sonriendo, me dijo que había dormido muy bien toda la noche, pero había soñado algo muy extraño… ¡Lo mismo que yo! ¡Soñó lo mismo que yo, con detalles! Nos abrazamos y empezamos a llorar».

A la orilla del mar de estrellas

Al amanecer de cada eon, los ángeles se reunen a meditar en la orilla del mar de estrellas. El espectáculo de esos amaneceres debe ser vivido, pues es imposible describirlo: en cada Universo se ve la mano del Todopoderoso como serena rúbrica; las galaxias con sus astros y sus formas, tan similares y tan distintas, marcan la heterogeneidad de la creación.

De pronto, espontáneo, un ángel se aparta del grupo y, acercándose al Eterno, manifiesta la necesidad de crear su propio universo. El Creador sonrie y pregunta:

«¿Has meditado que habrá fracasos y errores acompañando los efímeros éxitos?»

El alado responde afirmativamente con un silencioso gesto, y el Supremo declara: «Fuimos creados para crecer, no para inclinarnos eternamente; mi deber como dios no es obligarte sino ser atento a tus inquietudes. Ve y haz tu voluntad»

El ángel sumerge su mirada en los ojos del Magnífico al responder: «Con el poder que me otorgas y con tu permiso». Saluda con un silencioso batir de alas y se aleja de allí, yendo fuera de los universos conocidos, rumbo a su propio universo.

¿Feliz año nuevo?

No deseo que 2016 les traiga nada, a ninguno.
No les deseo paz ni prosperidad.
No les deseo que Dios les de el amor y no quiero que Jesús ilumine vuestros senderos.
Mi mayor anhelo… perdón, mi voluntad es que a partir de este momento venzan el miedo que los ha paralizado tantos años y les ha impedido alcanzar sus sueños.
Mi voluntad es que se despojen de prejuicios estúpidos y sean ustedes mismos PARA USTEDES MISMOS, no para demostrar nada ni para complacer a nadie, ni siquiera por rebeldía o en son de protesta, sino por pura diversión.
No me interesa que 2016 sea el mejor año de vuestras vidas: quiero que cada uno de ustedes transforme este momento y cada momento de aquí en adelante y en una Fiesta Feliz, cada noche en una Nochebuena y cada día en Mejordíademivida  porque están vivos, porque los Dioses son lo más festicholeros que existe y nos hicieron a su imagen, porque no importa si no lo fueran, porque cada uno de ustedes es un dios y una diosa en fase de crisalida, porque lo merecen, porque si no lo hacen se van a morir sin haber vivido y no existe nada más inútil y estúpido que un ser que elige ser infeliz para no desentonar con el color del barrio.
No les deseo lo mejor: ustedes ya son lo mejor.

Estás vivo ahora

Solemos vivir como espectadores, observando el espectáculo de la vida, aplaudiendo, llorando, anhelando participar.Nos decimos «que lindo sería si…», «me gustaría tanto que…», «si yo pudiera…», pero no lo hacemos pues fuimos creados para obedecer y servir, no para ser felices, por lo cual ir contra las expectativas de la mayoría es casi un suicidio de la imagen: ¿Qué van a pensar de nosotros? En lugar de educarnos para ser nos programaron para no ser: «no hagas eso, van a decir que…» «actúas como si fueras…», y peor aún: «No seas una vergüenza para la familia» y «¿Qué van a pensar de mí si tú actúas así? No te eduqué para que seas así.» Y cuando nos dicen que somos algo, generalmente no es algo muy grato. Han contaminado nuestra percepción de nosotros mismos al punto que nos vemos feos: nuestro cabello no es lindo como el del otro, nuestras manos feas, cantamos mal, olemos diferente, nuestra dentadura es cualquier cosa menos un modelo. Crecimos con la idea (ajena) de encajar en la familia, en la sociedad, en el mundo.

«No somos animales» se nos dijo a menudo. Y porque no somos animales, se nos ha tratado como plantas. Bastan algunos refranes: «árbol que crece torcido…», «de tal palo…», etc. Luego los piropos para ambos sexos: «fuerte como un roble», «un tipo de buena madera», «eres mi rosa, mi pimpollo, mi margarita», «mi frutilla del nordeste». Sin duda todo eso queda chic. En cambio nunca decimos «es un cerdo» para alabar a un tipo que se adapta a cualquier desafío, «es un gusano» quien ha logrado una transformación profunda, o «es un perro» refiriéndonos a un hombre leal; y ni que agregar que «eres mi yegua, mi perra o mi gata» queda feísimo, excepto para cachondísimo rey Salomón que dice a su amada «a las yeguas de los carros del Faraón te he comparado, ¡Oh! esposa, hermana mía», pero esa parte de la biblia no hay pastor que nos la recuerde. (Cantar de los Cantares, capítulo 1 versículo 9).

Se nos trata como plantas, podando nuestra espontaneidad «para que demos buenos frutos», porque eso se espera de la buena semilla; y, siguiendo con los conceptos bíblicos que fundan nuestra moral y ética, si no somos productivos seremos arrojados al fuego como ramas inútiles. Ser plantas es lo correcto: es preferible ser nabo que cerdo. Las pocas veces que la moral nos trata como animales, nos dice que somos ovejas. Y cuando intentamos destacar nos llaman ovejas descarriadas o «la oveja negra de la familia», pero ovejas al fin: integradas al montón, parecidas al resto, siguiendo el ruido de la campanita hasta el matadero. Incluso ser un carnero tiene mala reputación: un ser de carácter que intenta liderar es un ser despreciable.

Somos animales. Animales intelectuales sí, pero animales. Y como tales podemos tomar la dirección que queramos, porque tenemos más de lobos que de ovejas. Por eso nuestro cabello es diferente, un pelo apto para la intemperie en lugar de productiva lana; tenemos patas grandes para correr sin enterrarnos en la nieve en lugar de pezuñas para escarbar pastitos secos; no cantamos mal, pero un gruñir no es balar; nuestra dentadura poderosa y desigual está hecha para quebrar, desgarrar y morder, por eso nunca se parecerá a los parejitos dientes de las ovejitas que solo pueden comer pasto. Por eso nuestra autoestima suele no ser adecuada: fuimos criados por ovejas que quieren que seamos y nos comportemos como ovejas, jamás nos dijeron que somos lobos. Por eso no encajamos.

Este texto será leído por ambas especies, ovinos y lupinos; a unos va a desagradar abiertamente, a otros causará cierto cosquilleo…

A ambas especies una aclaración: yo no enseño religión, enseño rebelión. Yo no pastoreo ovejas: yo despierto y entreno lobos, que suelen comen ovejas.

Una preguntita…

¿Te consideras imbécil? ¿Verdad que no?
Nadie se considera a sí mismo un imbécil. Los más autocríticos serán mesurados en su respuesta, pero nadie se considera un imbécil.
Sin embargo, basta que en un lugar lleno de gente alguien grite: ¡Eh, tú, imbécil!» para que todos nos demos vuelta dispuestos a defender nuestra claridad intelectual…
A un gordo no se le debe definir como gordo, eso es discriminación. Es gordo, pero no debemos recordárselo porque es una falta de respeto. En cambio podemos describirlo como alguien con «problemas de obesidad»: suena respetuoso.
Igual pasa con los negros, los cajetillas, los pelados, los dientudos, los bizcos, los rengos, los petisos, los flacos, los lindos, los feos, los blanquitos, los pelirrojos, los magros, los culones, los pardos, los jorobados, los judíos, los tuertos, los musulmanes, los yanquis, los canarios, los gallegos, los tanos, los jóvenes, los viejos, los planchas, los veteranos, las mujeres, los hombres, los trolos, trolas, trans, metro y medio sexuales: podemos ir presos por decir cualquiera de estas palabras para indicar o referirnos a cualquiera, porque ahora la ley juzga y condena haciendo gala de la videncia: adivinan la mala intención que tuvimos al usar esos términos.
En un momento de enojo podemos decir «afro-descendiente con aparente dislexia», «persona con disturbio alimenticio y de opción sexual no convencional» o «sujeto femenino de agradable figura pero con coeficiente intelectual inversamente proporcional a la claridad del color de su cabello» y nada de eso será un insulto.
¿Tan bajo hemos caído en nuestra necesidad de atención que debemos ir al juez cuando alguien mencione nuestra particularidad física o nuestra conducta social más notoria? Deberíamos también mandar preso a nuestro amigo-pareja-hijo cuando nos dice «escuchame boludo»… pero no claro, eso es re-moderno.
Boludo.
Hay gente muriendo a tiros, muriendo de hambre, muriendo envenenada de tristeza y, peor aún, hay gente viviendo olvidada en una sociedad donde defendemos los derechos humanos de asesinos… ¿Y nos damos el lujo de ofendernos cuando nos describen? Porque decir “el gordo” para señalar a un ser con sobrepeso no es un insulto sino una descripción.
La próxima vez que alguien me grite «viejo idiota», voy a sonreír y decirme a mí mismo: «Pobre loco, debe tener un día terrible», y seguir mi vida feliz, educando a mis hijos para un mundo nuevo, uno con la autoestima bien alta.