A la orilla del mar de estrellas

Al amanecer de cada eon, los ángeles se reunen a meditar en la orilla del mar de estrellas. El espectáculo de esos amaneceres debe ser vivido, pues es imposible describirlo: en cada Universo se ve la mano del Todopoderoso como serena rúbrica; las galaxias con sus astros y sus formas, tan similares y tan distintas, marcan la heterogeneidad de la creación.

De pronto, espontáneo, un ángel se aparta del grupo y, acercándose al Eterno, manifiesta la necesidad de crear su propio universo. El Creador sonrie y pregunta:

«¿Has meditado que habrá fracasos y errores acompañando los efímeros éxitos?»

El alado responde afirmativamente con un silencioso gesto, y el Supremo declara: «Fuimos creados para crecer, no para inclinarnos eternamente; mi deber como dios no es obligarte sino ser atento a tus inquietudes. Ve y haz tu voluntad»

El ángel sumerge su mirada en los ojos del Magnífico al responder: «Con el poder que me otorgas y con tu permiso». Saluda con un silencioso batir de alas y se aleja de allí, yendo fuera de los universos conocidos, rumbo a su propio universo.

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