REFLEXIONES ACERCA DE LA MUERTE, por Pedro Bial.

Estuve viendo algunas imágenes del velorio de Bussunda, cuando los colegas de «Casseta e Planeta» dieran sus condolencias. Parecía que en cualquier momento iba a explotar una broma. Estaba todo serio demás, faltaba la burla, la pavada, la desestructuración de la escena. Mas nada acontecía allí de risible, era solo dolor y perplejidad, que es lo que eso causa en todos los que se quedan.
La verdad es que no había nada que agregar al guión: la muerte, por si sola, es una broma pesada.
Morir es ridículo.
Usted agendó cenar con la enamorada, está en pleno tratamiento dental, tiene planes para semana que viene, precisa autenticar un documento ante escribano, colocar gasolina al auto y en medio de la tarde muere. ¿Como así? ¿Y los e-mails que aún no abrió, el libro que quedó por la mitad, el telefonema que usted prometió dar en la tardecita a un cliente?
No sé de dónde sacaron esa idea: MORIR!!!
¿A cambio de? Usted pasó más de 10 anos de su vida dentro de un colegio estudiando fórmulas químicas que no servirían para nada, pero se mantuvo allá, hizo las pruebas, fue al frente. Practicó mucha educación física, casi perdió el aliento, pero no desistió. Pasó madrugadas sin dormir para estudiar sus preparatorios aún sin tener certeza de qué quería hacer de la vida, lleno de dudas en cuanto a la profesión escogida, pero era hora de decidir, entonces decidió y una vez más metió pecho…
De un momento al otro eso termina con una colisión en la autopista, en una arteria tapada, en un disparo hecho por un delincuente que gustó de sus tenis.
¿Cuál es el sentido?
Morir es un chiste.
Le obliga a usted a salir en lo mejor de la fiesta sin despedirse de nadie, sin haber bailado con la más linda, sin haber tenido tiempo de oír otra vez su música preferida. Usted dejó en casa sus camisas colgadas en las perchas, la toalla húmeda en la cuerda, y colgadas también algunas cuentas. Los demás serán obligados a arreglar sus cuentas, a revolver sus cajones, a borrar las pistas que usted dejó durante una vida entera. Justo usted, que siempre dijo: «de mis cosas cuido yo».
Que bromita macabra: usted sale sin tomar café y tal vez ni almuerce, camina por la calle y tal vez no llegue a la próxima esquina, comienza a hablar y tal vez no concluya lo que pretendía decir. No se hace exámenes médicos, fuma dos paquetes por día, bebe de todo, engulle costillas gordas y mujeres magras y muere en un sábado de mañana.
¿Eso es para tomar en serio? Teniendo más de cien años de edad bueno, el sueño eterno puede ser bienvenido. Ya no hay mucho que hacer, el cuerpo no acompaña, la mente se encharca, sin hablar de que ya no queda casi nada guardado en los cajones. Ok, hora de descansar en paz.
Pero, ¿Antes de vivir todo? Morir temprano es una transgresión, deshace el orden natural de las cosas.
Morir es una exageración.
Y, como se sabe, la exageración es la materia prima de todas las bromas. Solo que esta no tiene gracia.
Por eso, viva todo lo que hay para vivir. No se apegue a las cosas pequeñas e inútiles de la vida…
Perdone… Siempre!
Perdone… Siempre!
Perdone… Siempre!

Humildad

Solemos confundir humildad con la obligación de encajar en un modelo estándar de conducta, una uniformidad de perfil bajo convenientemente poco llamativo.
Decimos «proviene de familia humilde» cuando nos referimos a alguien cuyos padres no eran ricos ni delincuentes, o sea, no sobresalientes por concepto alguno. Por este malentendido, damos por sobreentendido que humilde es alguien que no sobresale sobre los demás, alguien que mantiene una actitud sumisa y tolerante.
El término ‘humilde’ proviene de HUMUS, la tierra, la materia de que somos hechos; por lo tanto, alguien humilde es alguien que conoce su esencia. El histórico hijo del carpintero, cuya vida y obra fundamenta varias religiones, era humilde: él sabía bien quien era y de donde venía. El tipo caminaba sobre las aguas, multiplicaba panes y peces frente a miles de personas, sanaba enfermos, hacía caminar a los paralíticos en las ferias populares, revivía muertos y convertía agua en vino en fiestas de bodas; discutía con los sabios, se enojaba con los mercaderes a las puertas del templo, dominaba demonios. Su notoria actividad le valió enemigos entre los poderosos. Era humilde pero no encajaba – ni quería encajar – por eso lo crucificaron.
Lo opuesto de arrogante no es humilde sino pusilánime, alguien que cree que no vale nada.
Arrogante es quien se cree superior a los demás, quien se autoproclama único poseedor de una verdad o único interlocutor válido de esa verdad: «yo soy el verdadero y único enviado de lo superior; ustedes sométanse y síganme».
Los verdaderamente humildes enseñaron con el ejemplo y nos dejaron el mensaje que nosotros también podemos hacer lo mismo.
Solo necesitamos la certeza y el coraje para hacer lo que ellos hicieron… y cosas más grandes aún.