Humildad

Solemos confundir humildad con la obligación de encajar en un modelo estándar de conducta, una uniformidad de perfil bajo convenientemente poco llamativo.
Decimos «proviene de familia humilde» cuando nos referimos a alguien cuyos padres no eran ricos ni delincuentes, o sea, no sobresalientes por concepto alguno. Por este malentendido, damos por sobreentendido que humilde es alguien que no sobresale sobre los demás, alguien que mantiene una actitud sumisa y tolerante.
El término ‘humilde’ proviene de HUMUS, la tierra, la materia de que somos hechos; por lo tanto, alguien humilde es alguien que conoce su esencia. El histórico hijo del carpintero, cuya vida y obra fundamenta varias religiones, era humilde: él sabía bien quien era y de donde venía. El tipo caminaba sobre las aguas, multiplicaba panes y peces frente a miles de personas, sanaba enfermos, hacía caminar a los paralíticos en las ferias populares, revivía muertos y convertía agua en vino en fiestas de bodas; discutía con los sabios, se enojaba con los mercaderes a las puertas del templo, dominaba demonios. Su notoria actividad le valió enemigos entre los poderosos. Era humilde pero no encajaba – ni quería encajar – por eso lo crucificaron.
Lo opuesto de arrogante no es humilde sino pusilánime, alguien que cree que no vale nada.
Arrogante es quien se cree superior a los demás, quien se autoproclama único poseedor de una verdad o único interlocutor válido de esa verdad: «yo soy el verdadero y único enviado de lo superior; ustedes sométanse y síganme».
Los verdaderamente humildes enseñaron con el ejemplo y nos dejaron el mensaje que nosotros también podemos hacer lo mismo.
Solo necesitamos la certeza y el coraje para hacer lo que ellos hicieron… y cosas más grandes aún.

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