Casas encantadas – parte 1

En todo el mundo existen lugares sagrados: el planeta entero está surcado por corrientes de energía de diversos orígenes y distintas potencialidades.

La variedad de causas que derivan en “casa encantada” es practicamente imposible de catalogar; en esta y próximas entregas intentaré transmitir lo que he ido aprendiendo a través de las experiencias.

En esta oportunidad hablaré de algunos espíritus naturales que podrían entrar en la definición de “duendes”, apócope de la frase catalana “duen-de casa” (dueño de casa) y con la que referían a las entidades aborígenes del sitio donde se construía la vivienda humana. Este reconocimiento de un “propietario original” generó la costumbre de pagar con miel o monedas doradas a los elementales, a cambio de una convivencia pacífica.

Son muchas las tradiciones que sostienen la existencia de espíritus protectores de la naturaleza: elementales del agua, del fuego, de la tierra, del aire, de la flora, de la fauna, de los minerales. Muchas son aún las culturas que estudian el terreno antes de establecer asentamientos, eligiendo cuidadosamente dónde irán las viviendas y en qué lugar se debe erigir un altar (las grandes catedrales, por ejemplo, son testimonio de este conocimiento: el lugar escogido para el altar no es adecuado para dormir o pasar más de unos minutos, debido a las energías concentradas en ese punto específico). En la cultura occidental ignoramos esos conocimientos y, por razones demográficas y económicas, ocupamos terrenos y construimos según nuestra comodidad o disponibilidad de recursos; esto significa talar árboles, rellenar bañados, aprovechar cada rincón disponible para establecer nuestras viviendas a costa de desalojar especies de su hábitat natural, tanto vegetales como animales.

Teniendo en cuenta que cada especie tiene espíritus protectores, nuestra actividad invasora desplaza solamente a los individuos físicos pero no a sus pares energéticos, los cuales necesitan de las energías que los nutren y que en la naturaleza tienen dos orígenes: la batalla territorial y el apareamiento.

Seguramente todos hemos percibido la energía que los individuos de cualquier especie despliegan en un enfrentamiento por el dominio (ya sea de una o varias hembras, un territorio o en defensa del clan); también conocemos la energía que el encuentro sexual mueve. Pues bien, los espíritus se sirven de estas energías y son capaces de generar las condiciones para obtenerlas. Al desplazar a las especies que proveen de alimento a estos elementales, ellos buscarán alimentarse de “los recién llegados” y lo harán según su naturaleza: por medio del enfrentamiento violento o por medio del amor. Pero además aprovecharán nuestra tendencia natural hacia una u otra opción: si nos resulta más fácil odiar que amar, ellos nos estimularán a generar la energía que los nutra.

No es casual que prácticamente toda tradición esotérica haga tanto hincapié en que el secreto de la paz sea el amor por todos los seres del universo, generando una energía que nos alimente a todos. De no ser así, la energía de la guerra siempre estará presente aunque solo alimente a unos.

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