Difícil entendernos

«Es imposible entender a las mujeres» – decimos los hombres.
«Para los hombres todo se arregla fácil pero nunca arreglan nada» – dicen las mujeres.
Para entender porqué siempre será difícil la comunicación entre hombres y mujeres, reflexionemos acerca de algunos aspectos:
Los machos somos habitantes de espacios abiertos. Tenemos más vello en el cuerpo y nuestra piel es más gruesa porque estamos adaptados a la intemperie. Nuestra vista está especializada para la cacería: vemos en profundidad, tenemos el hábito de manejar las variables del entorno, nos anticipamos a las probabilidades, consideramos las ventajas y los riesgos que nos presenta el terreno, pues de ello depende el éxito o el fracaso en la tarea. Nuestro oído está especializado tanto para reconocer los sonidos típicos de nuestras presas como para percibir señales de peligro, pues a la vez de cazadores somos potenciales víctimas de los otros depredadores. El cerebro masculino funciona en modo «depredador»: lideramos la manada o seguimos lealmente al líder; cualquier cosa que se mueva es potencialmente una presa,  el entorno es un marco natural dinámico, solemos ubicarnos en lugares que favorecen nuestros objetivos. Nada es un problema, todo es parte del paisaje; y cuando algo se convierte en un problema lo solucionamos de modo rápido y práctico para volver a nuestra posición de acecho, desde la cual todo es potencialmente comida hasta demostrar lo contrario.
Las hembras son habitantes de la madriguera: rodeadas de paredes han perdido la visión en profundidad en favor de una excelente visión periférica – lo cual da esa forma particular a sus ojos -; pueden ver ínfimos detalles y distinguir distintos tonos de los colores aún con luz difusa. Su piel es necesariamente muy sensible al tacto para tener una clara lectura de la salud de las crías, y casi sin vello gracias a la calidez de la caverna. Sus oídos están especializados en percibir matices emocionales. Su cerebro funciona en modo «creador» y por decantación, «protector de lo creado»: es metódico, autodidacta, organizado, multitono, multitarea, holístico y en consecuencia bipolar. Generadora natural y soberana absoluta del reino de lo interno, cualquier sombra o sonido externo es y será potencialmente una amenaza.

Nuestros conflictos de comunicación disminuirán si aceptamos las diferencias, en vez de insistir en en que la otra especie vea las cosas desde nuestra perspectiva. Un castillo es un castillo para ambos sexos; pero mientras para ellas es un lugar a defender, para ellos es un lugar a conquistar.

REFLEXIONES ACERCA DE LA MUERTE, por Pedro Bial.

Estuve viendo algunas imágenes del velorio de Bussunda, cuando los colegas de «Casseta e Planeta» dieran sus condolencias. Parecía que en cualquier momento iba a explotar una broma. Estaba todo serio demás, faltaba la burla, la pavada, la desestructuración de la escena. Mas nada acontecía allí de risible, era solo dolor y perplejidad, que es lo que eso causa en todos los que se quedan.
La verdad es que no había nada que agregar al guión: la muerte, por si sola, es una broma pesada.
Morir es ridículo.
Usted agendó cenar con la enamorada, está en pleno tratamiento dental, tiene planes para semana que viene, precisa autenticar un documento ante escribano, colocar gasolina al auto y en medio de la tarde muere. ¿Como así? ¿Y los e-mails que aún no abrió, el libro que quedó por la mitad, el telefonema que usted prometió dar en la tardecita a un cliente?
No sé de dónde sacaron esa idea: MORIR!!!
¿A cambio de? Usted pasó más de 10 anos de su vida dentro de un colegio estudiando fórmulas químicas que no servirían para nada, pero se mantuvo allá, hizo las pruebas, fue al frente. Practicó mucha educación física, casi perdió el aliento, pero no desistió. Pasó madrugadas sin dormir para estudiar sus preparatorios aún sin tener certeza de qué quería hacer de la vida, lleno de dudas en cuanto a la profesión escogida, pero era hora de decidir, entonces decidió y una vez más metió pecho…
De un momento al otro eso termina con una colisión en la autopista, en una arteria tapada, en un disparo hecho por un delincuente que gustó de sus tenis.
¿Cuál es el sentido?
Morir es un chiste.
Le obliga a usted a salir en lo mejor de la fiesta sin despedirse de nadie, sin haber bailado con la más linda, sin haber tenido tiempo de oír otra vez su música preferida. Usted dejó en casa sus camisas colgadas en las perchas, la toalla húmeda en la cuerda, y colgadas también algunas cuentas. Los demás serán obligados a arreglar sus cuentas, a revolver sus cajones, a borrar las pistas que usted dejó durante una vida entera. Justo usted, que siempre dijo: «de mis cosas cuido yo».
Que bromita macabra: usted sale sin tomar café y tal vez ni almuerce, camina por la calle y tal vez no llegue a la próxima esquina, comienza a hablar y tal vez no concluya lo que pretendía decir. No se hace exámenes médicos, fuma dos paquetes por día, bebe de todo, engulle costillas gordas y mujeres magras y muere en un sábado de mañana.
¿Eso es para tomar en serio? Teniendo más de cien años de edad bueno, el sueño eterno puede ser bienvenido. Ya no hay mucho que hacer, el cuerpo no acompaña, la mente se encharca, sin hablar de que ya no queda casi nada guardado en los cajones. Ok, hora de descansar en paz.
Pero, ¿Antes de vivir todo? Morir temprano es una transgresión, deshace el orden natural de las cosas.
Morir es una exageración.
Y, como se sabe, la exageración es la materia prima de todas las bromas. Solo que esta no tiene gracia.
Por eso, viva todo lo que hay para vivir. No se apegue a las cosas pequeñas e inútiles de la vida…
Perdone… Siempre!
Perdone… Siempre!
Perdone… Siempre!

Consciencia y evolución

Algunas personas sostienen que «la humanidad está cada vez peor: guerras, crímenes, injusticias… cuando va a parar todo esto».

Algunas otras creen que antes de hacernos trizas aparecerá un salvador que mágicamente enviará a la tortura a los malos y rescatará a los justos, instaurando un gobierno de paz eterna donde las ex-víctimas serán felices glorificando para siempre la bondad de su líder. Personalmente, considero que cualquier situación que dure una eternidad, por muy linda que sea, acabará siendo un infierno. Quizá por ello tampoco me siento bien en el rol de víctima…

La humanidad no está peor de lo que haya estado jamás; no hay, en proporción, más malos que buenos. Eso debería ser un alivio.

El ser humano es naturalmente perverso, oportunista, destructivo; prueba de ello tenemos en la misma historia humana: las cruzadas, las conquistas, el «descubrimiento» de nuevas tierras y cada conflicto bélico nos habla de la barbarie sin excusa que la naturaleza humana expresa. Ninguno de esos eventos aportó beneficios a los invadidos, sólo a los invasores. Claro, quien queda en pie luego tergiversa de modo admirable las razones y los hechos, convenciendo a las generaciones posteriores de los sobrevivientes que el criminal es en realidad su mejor amigo.

Pero no es mi razón hablar de la maldad inherente a la especie, sino de la posibilidad de modificar la forma en que nos relacionamos. Ello sólo es posible evolucionando y conviertiéndonos en el milagro. Créanme: nadie vendrá a salvarnos de la destrucción. Debemos asumir nuestra responsabilidad en el proceso de cambio, debemos ser protagonistas del cambio. Cuando entendamos que nuestros hijos no hacen lo que decimos sino lo lo que nos ven hacer, dejaremos de simplemente opinar y empezaremos a actuar.

La evolución es cuestión de consciencia; el respeto y la empatía no pueden ser enseñados, no son productos de la educación filosófica o la formación religiosa, aunque estas puedan aportar algo. Tampoco es un don divino, una virtud que nos fuera obsequiada por un poder superior: evolucionar es una decisión individual y voluntaria. Y es imprescindible que cada uno de nosotros sea el ejemplo vivo.

Debemos dejar el rol de «manual moralista de instrucciones» tras el cual nos escondemos, y asumir el rol de maestros de nosotros mismos. Fue lo que el hijo del carpintero hizo: mostrar como se hace. Y luego agregó: «tú harás cosas más grandes que estas»

¿A dónde quieres llegar?

Pocas cosas en la vida son tan hermosas como pasear en motocicleta. Y si eres de los que afirman «no me gustan las motos», te desafío a mantener esa opinión luego de un paseo conmigo.

¿Sabes cómo se conduce una motocicleta? Seguramente dirás «con las manos en el volante», «con la cintura», «con el cuerpo», «con precaución», y otras buenas razones. Bueno sí, es imprescindible tener manos, cintura, cuerpo, precaución y equilibrio para mantenerla andando; pero no.

Una motocicleta se conduce con los ojos. Sí, con los ojos.

No importa cuan pesada sea, una motocicleta se conduce con los ojos: debes mirar unos metros delante de ti no sólo para verificar que el camino esté en buenas condiciones para trasnsitar, sino para elegir por donde pasar, entonces desde un nivel subconsciente tu cuerpo realizará las maniobras y correcciones necesarias para pasar exactamente por donde tus ojos eligieron pasar. En caso de hallar una curva o un obstáculo enfrente debes mirar hacia el punto de escape más allá de la curva o el obstáculo. Si miras al piso acabarás cayendo; si vas mirando la curva o el obstáculo desviarías tu atención de la salida y el golpe puede ser mortal. Créeme, tu cuerpo y tu motocicleta irán donde tus ojos indiquen y pasarán con exactitud por el punto que tus ojos enfoquen, llevándote al destino que elijas. Por eso es imprescindible tener claro que una motocicleta se conduce con los ojos.

En nuestra vida es exactamente igual: si te enfocas en los obstáculos acabarás de cabeza contra ellos, si miras al pasado no irás hacia adelante. Elige bien adónde enfocar tu mirada y disfruta del viaje.

Mensajeros celestiales

2016-04-13 17.19.17ESHÚ es un término yoruba utilizado para identificar ciertas entidades semi-divinas con quienes interactuaban en muchos aspectos cotidianos; éstas deidades les enseñaron a construir y a mejorar los cereales por medio de cruzamientos de semillas. Además eran los guardianes de los lugares sagrados.

Traducido del yoruba, ESHÚ significa «esfera brillante».

La mesa culpable

Cuando era chico vivía a la vuelta de un hospital y casi a diario solía jugar en la plaza que hay frente a el mismo. Yo era flaquito, cabezón, silencioso y temerario, lo que me valió varias costuras en el cuero cabelludo e innúmeros chichones, cuyas cicatrices aún hoy adornan mi cráneo. Cada vez que me caía fuera de casa – si me caía en casa estaba mamá para atenderme – corría hasta la emergencia del hospital (tenía seis años o menos) y le decía a las enfermeras “avisale a mi mamá”; ellas ya sabían mi nombre, el de mi madre y dónde vivíamos, así de frecuentes eran mis roturas de crisma.

Recuerdo un día en que me di contra una esquina de la mesa grande de casa y me abrí la frente; al regresar de emergencias estaba una de mis tantas tías en una de sus tantas visitas para el té; ella me abrazó y con voz tierna y condescendiente preguntó:

“¿Quién te hizo eso, mi chiquito?”

“Me golpeé con esa punta de la mesa” – dije yo dolorido y medio aturdido aún.

Y lo que hizo mi tía a continuación me dejó más aturdido: empezó a golpear la mesa con la palma de la mano y a gritarle: “¡Mala la mesa! ¡Mala! ¡Mirá lo que le hiciste a mi niño!”. Luego le dio a mi madre varias razones por las cuales la mesa era un peligro: estaba mal ubicada allí, justo en el centro del patio, era muy baja (como toda mesa violenta, creo yo), tenía esas esquinas puntiagudas acechando en siniestro silencio a niños inocentes… Para mi tía estaba más que claro: la mesa era una amenaza y seguramente volvería a atacarme.

Entonces, con seis años (lo recuerdo bien porque después mi tío me llevó al estadio a ver el único clásico Nacional-Peñarol al que asistí, fue en Octubre de 1966 y terminaron 0-0), decía, con sólo seis años comprendí porqué la mayoría culpa a cualquiera de sus desgracias y jamás reconocen su responsabilidad en el suceso: desde muy pequeños nos dicen que somos víctimas en cada acontecimiento, que la culpa siempre la tiene otro. Así pasamos el resto de la vida, culpando a los demás aunque sean objetos inanimados: una mesa, una cama, una silla, una canción, un ramo de flores, un árbol circulando velozmente por la banquina, a contramano y sin luces. Todos excepto nosotros, pobres víctimas.

Cuando mis hijas han tenido accidentes similares – aunque por fortuna menos sangrientos – las atendí, traté de aliviar su dolor de la mejor manera y, siempre sonriendo, les dije más o menos esto: ¡Pero che! ¡Me vas a romper la mesa con ese cráneo tuyo! ¿Qué te hizo la mesa? ¡La próxima vez manejá más despacio!

De ese modo mis hijas saben desde pequeñas que son las únicas responsables de sus alegrías y pesares.

La monjita

Un periodista de visita en la India oyó hablar de la monjita y fue a buscarla para documentar su vida. Llegó al lugar y habló con mucha gente que la conocía, y luego escribió su historia: ella había nacido y pasado toda su vida en el mismo poblado pobre, cuidando enfermos, alimentando a los necesitados, defendiendo a los débiles y enfrentando a los abusadores. El artículo del periodista hizo que la fama de la monjita trascendiera fronteras, lo cual le valió a ésta una nominación a un reconocimiento internacional, y que a su vez significaría más recursos para su poblado. Los organizadores del evento fueron a buscarla y le entregaron documentación con la cual viajar a otro país para recibir su premio, y con la documentación una tarjeta con la dirección del hotel donde tenía reservada su habitación.

Primera vez fuera de aquel pueblo, la monjita vio todo un mundo nuevo; estaba fascinada: subió a un avión por primera vez hacia un país que jamás había oído nombrar, pero donde la esperaban.

Al arribar y salir del aeropuerto subió a un taxi y mostró al conductor la tarjeta con el nombre del hotel; llegó al hotel y enseñó al gerente la misma, éste le sonrió emocionado, le dió una llave y le indicó «primer piso por esa escalera, a la derecha». La monjita devolvió la sonrisa, tomó la llave y subió… pero no era la llave de la habitación reservada para ella, sino de la habitación de enfrente, que estaba ocupada por una pareja de sadomasoquistas, y cuando la monjita llegó estaban en plena celebración.

Ella no lo sabía. Y buscó el número de habitación que marcaba la llave. Y abrió la puerta. Y entró. Y oyó gemidos que provenían del dormitorio.

Vió a una mujer semidesnuda, amordazada, encadenada y gimiendo a cada latigazo; vió a un hombre sonriendo mientras castigaba a la mujer; entonces la monjita intervino: tomó una silla y desmayó a aquel bárbaro con un certero golpe; luego liberó de las cadenas a la mujer… que cuando estuvo libre le dió a la monjita una paliza de antología y la arrojó fuera de la habitación con más golpes y furiosos gritos que, aunque en un idioma desconocido, no cabía duda que eran insultos y amenazas.

Mientras la atendían en primeros auxilios, luego de cavilar acerca de lo sucedido, la monjita dijo para sí misma: –«Hoy aprendí algo valioso: quien gime pero no quiere ayuda, en realidad está disfrutando y no debo meterme».

Desnúdate

Leí una vez que la ropa fue inventada por el primer feo, pues hasta entonces los bellos vivían desnudos y felices. Y con la ropa llegaron las modas, las diferencias sociales, los dominantes y los dominados y por tanto la discriminación entre mejores y peores, superiores e inferiores, buenos y malos. Y ya no hubo bellos felices.

Mi compulsiva necesidad de analizar todo me sumergió inmediatamente en profundas cavilaciones: ¿Quién le dijo que era el primer feo? ¿Qué autoridad estableció un catálogo tan penoso?

No haré una apología de la igualdad, pues nadie es igual a nadie y es gracias a esa desigualdad que somos únicos, bellas joyas únicas. Si el primer feo se sintió así – feo e infeliz – fue por temor a opiniones ajenas que seguramente jamás oyó, pues los bellos y felices ven belleza donde quiera que miren.

«La belleza debe encajar dentro de ciertos parámetros , o no será belleza» -debe haber pensado.

El hecho de ser únicos implica que tengamos preferencias únicas; eso no nos hace mejores ni peores, simplemente confirma que somos distintos al resto (y el resto es un montón de distintos entre sí); concordamos con algunos y diferimos con muchos, pero ser minoría no significa ser inferior. Si así fuese, aquellos que veneramos como líderes son inferiores.

¿Por qué nos vestimos? Podemos racionalizar una respuesta diciendo «para protegernos del sol, del viento, del frío, de la tierra, de las hormigas…»

Y sí… pero no.

Nos vestimos para demostrar que pertenecemos a cierta casta, que encajamos en cierta clase; nos vestimos con opiniones ajenas; nos vestimos con prejuicios heredados acerca de ideales y antagonistas: los prejuicios o «previos juicios» en realidad son condenas decretadas hace siglos y que aceptamos como verdades sin siquiera conocer sus argumentos (de haber crecido oyendo que Satanás sanaba enfermos y Jesús devoraba niños, juraríamos nuestro amor en nombre del infierno y temeríamos ir al paraíso). Nos vestimos con miedos y valores impuestos, mostrando virtudes y ocultando defectos que tampoco son nuestros… porque no existen virtudes ni defectos, sólo particularidades. Pero como estaban ahí para usar, los usamos por simple tradición: «esto se usa en Europa».

En pocas palabras: «si eres malito vendrá el hombre de la bolsa y te comerá, pero si eres buenito Supermán te protegerá. Y cuidado: los dos ven lo que piensas».

Por eso es tan difícil ser felices: hemos aceptado que nadie es perfecto, entonces nunca estaremos conformes.

Desnúdate: nada hay que demostrar; nada hay que ocultar. Eres perfecto así como eres. Enamórate de ti: tu perfecta belleza ilumina el Universo.

¿Feliz año nuevo?

No deseo que 2016 les traiga nada, a ninguno.
No les deseo paz ni prosperidad.
No les deseo que Dios les de el amor y no quiero que Jesús ilumine vuestros senderos.
Mi mayor anhelo… perdón, mi voluntad es que a partir de este momento venzan el miedo que los ha paralizado tantos años y les ha impedido alcanzar sus sueños.
Mi voluntad es que se despojen de prejuicios estúpidos y sean ustedes mismos PARA USTEDES MISMOS, no para demostrar nada ni para complacer a nadie, ni siquiera por rebeldía o en son de protesta, sino por pura diversión.
No me interesa que 2016 sea el mejor año de vuestras vidas: quiero que cada uno de ustedes transforme este momento y cada momento de aquí en adelante y en una Fiesta Feliz, cada noche en una Nochebuena y cada día en Mejordíademivida  porque están vivos, porque los Dioses son lo más festicholeros que existe y nos hicieron a su imagen, porque no importa si no lo fueran, porque cada uno de ustedes es un dios y una diosa en fase de crisalida, porque lo merecen, porque si no lo hacen se van a morir sin haber vivido y no existe nada más inútil y estúpido que un ser que elige ser infeliz para no desentonar con el color del barrio.
No les deseo lo mejor: ustedes ya son lo mejor.

Una preguntita…

¿Te consideras imbécil? ¿Verdad que no?
Nadie se considera a sí mismo un imbécil. Los más autocríticos serán mesurados en su respuesta, pero nadie se considera un imbécil.
Sin embargo, basta que en un lugar lleno de gente alguien grite: ¡Eh, tú, imbécil!» para que todos nos demos vuelta dispuestos a defender nuestra claridad intelectual…
A un gordo no se le debe definir como gordo, eso es discriminación. Es gordo, pero no debemos recordárselo porque es una falta de respeto. En cambio podemos describirlo como alguien con «problemas de obesidad»: suena respetuoso.
Igual pasa con los negros, los cajetillas, los pelados, los dientudos, los bizcos, los rengos, los petisos, los flacos, los lindos, los feos, los blanquitos, los pelirrojos, los magros, los culones, los pardos, los jorobados, los judíos, los tuertos, los musulmanes, los yanquis, los canarios, los gallegos, los tanos, los jóvenes, los viejos, los planchas, los veteranos, las mujeres, los hombres, los trolos, trolas, trans, metro y medio sexuales: podemos ir presos por decir cualquiera de estas palabras para indicar o referirnos a cualquiera, porque ahora la ley juzga y condena haciendo gala de la videncia: adivinan la mala intención que tuvimos al usar esos términos.
En un momento de enojo podemos decir «afro-descendiente con aparente dislexia», «persona con disturbio alimenticio y de opción sexual no convencional» o «sujeto femenino de agradable figura pero con coeficiente intelectual inversamente proporcional a la claridad del color de su cabello» y nada de eso será un insulto.
¿Tan bajo hemos caído en nuestra necesidad de atención que debemos ir al juez cuando alguien mencione nuestra particularidad física o nuestra conducta social más notoria? Deberíamos también mandar preso a nuestro amigo-pareja-hijo cuando nos dice «escuchame boludo»… pero no claro, eso es re-moderno.
Boludo.
Hay gente muriendo a tiros, muriendo de hambre, muriendo envenenada de tristeza y, peor aún, hay gente viviendo olvidada en una sociedad donde defendemos los derechos humanos de asesinos… ¿Y nos damos el lujo de ofendernos cuando nos describen? Porque decir “el gordo” para señalar a un ser con sobrepeso no es un insulto sino una descripción.
La próxima vez que alguien me grite «viejo idiota», voy a sonreír y decirme a mí mismo: «Pobre loco, debe tener un día terrible», y seguir mi vida feliz, educando a mis hijos para un mundo nuevo, uno con la autoestima bien alta.