Partículas divinas

Es muy frecuente la pregunta: «Si Dios es amor, ¿Por qué permite tanta injusticia?»

Debido a que tenemos una perspectiva en extremo acotada y a que aceptamos el concepto ya existente de una deidad bipolar (es todo amor pero nos quemará si no le gusta nuestro tono al hablarle), optamos por temerle o descreer. Si le tememos necesitaremos indefectiblemente de las religiones que nos protejan de ir al infierno; si descreemos, lo negaremos o lo tildaremos como «un niño jugando con su granja de hormigas».

Decimos que Dios es todo, pero seguimos considerando que estamos «afuera» de él, lo cual es una contradicción: Dios es todo y somos partes de él o no es todo, en cuyo caso es apenas uno más de nosotros, otro bicho del universo y por tanto creador de nada.

Si Dios no es el todo, nosotros lo creamos a nuestra imagen y semejanza: al ser sensible a los halagos y a las ofensas es altamente impredecible: benefactor, generoso, amable, cruel, celoso, vengativo, orgulloso y con clara tendencia a la discriminación sin sentido.

Si Dios es el todo, cada cosa que existe forma parte de él: es el hambre, el hambriento, la comida y la satisfacción, es TODO. Siendo el todo y eterno, somos eternos porque somos él. Siendo el todo, es el nacimiento, la vida, la muerte y el renacimiento, o resurrección, o reencarnación, o transformación, o transmutación.

Y de nuevo la pregunta: «Si es todo amor, ¿Por qué permite tanta injusticia?»

Para entender que no existe tal injusticia, debemos intentar «ver» desde su perspectiva y vernos como parte de él. Somos células del cuerpo de Dios.

Hagamos una breve reseña; tienes tal cantidad de células en tu cuerpo, y con especialidades tan variadas, que bien podrían compararse a la totalidad de los seres vivos en el universo: hay minerales, vegetales, animales, espíritus, energías. Hay células que son reemplazadas cada pocas horas – mucosa digestiva, la piel de las manos y pies – y las hay que viven años – neuronas y células óseas, por ejemplo. Imagina que algunas células de tu cuerpo tiene consciencia y una cierta capacidad intelectual como para preguntarse acerca de su propia misión y acerca de tu existencia – tan grande eres para ellas.

Imagina ahora que recibes una caricia erótica: el toque aumenta paulatinamente de intensidad hasta que alcanzas el éxtasis.

Pregúntate: ¿Cuántas células murieron durante esos momentos de intenso placer? No sólo las epiteliales que perdiste en el roce con las sábanas, sino las de tu genitalia que fueron besadas, las de tus mucosas arrastradas por la sudoración, las aplastadas por las mordidas… ¿Lamentas su muerte? ¿Te parece injusto?

Nuestro problema es que humanizamos tanto a Dios que lo consideramos un caprichoso mortal más, pasible de ofenderse y de dejarse seducir por las lisonjas, un humano cualquiera y de ese modo lo responsabilizamos de nuestras miserias.

Es imposible conocer los planes de Dios: es tan enorme que cualquier esfuerzo por abarcar su inmensidad es inútil, absolutamente inútil.

Las injusticias en el mundo son nuestra obra exclusiva y por tanto nuestra exclusiva responsabilidad. No metamos a Dios en eso.

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