Perspectivas

Un maestro enseñaba a leer y escribir en Braille a un grupo de ciegos.

Para ver sus avances, le pidió escribir un cuento cuyo protagonista sea un elefante.

Los cieguitos empezaron a codearse, preguntándose unos a otros: «¿Qué es un elefante?» Como ninguno sabía preguntaron al maestro.

El maestro los miró y se dijo a sí mismo: «Ellos son ciegos de nacimiento, quizá ninguno haya tocado a un perro… ¿Cómo les explico lo que es un elefante?»

Entonces les respondió con una evasiva, cambiando de tema.

A los pocos días llega un circo a la ciudad y el maestro ve la oportunidad; lleva a sus alumnos de paseo, pero sin decirles a dónde.

Una vez en el circo, previa charla con el cuidador de los animales, baja a sus alumnos del vehículo, los pone en fila y les dice: «Saben qué es un elefante? A tres pasos al frente tienen uno, descúbranlo».

Uno de ellos que pisó algo blando, viscoso y hediondo, concluyó que el elefante era un montón de estiércol; otro abrazó una pata y dijo «el elefante es una columna»; otro tocó la oreja creyó que elefante era una cortina, y así cada unos sacó sus conclusiones: la trompa era un brazo, el colmillo una lanza, su vientre un muro rugoso, etc.

¿Cuál estaba en lo cierto? Ninguno.

¿Cuál estaba equivocado? Pues también ninguno, pues el elefante era para ellos lo que su percepción les había dicho que era.

La realidad es una percepción personal, apenas una opinión limitada de lo que nos parece sentir. Y aunque abramos nuestras mentes y aceptemos las opiniones ajenas para ampliar nuestra idea, lo cierto es que «la verdad» estará aún más allá de la suma de todas las percepciones juntas: aunque unamos cuatro columna, dos cortinas, un muro, dos lanzas, un brazo y un montón de estiércol, tampoco tendremos un elefante.

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