Milagros inesperados

En 2009 Roberto, un señor de unos 65 años, me contactó para una sesión de Reiki. Cuando vino a verme fue muy parco, simplemente me dio su nombre y dijo que el médico lo había mandado.

«¿Su médico lo envió a verme a mí?» – pregunté.

«No, él me mandó probar otras terapias; a usted llegué por una propaganda que encontré» – dijo secamente.

Esa primera sesión fue algo difícil al principio, pues notaba su resistencia a relajarse; pero al cabo de unos diez a quince minutos se relajó… y se durmió, lo cual me permitió sentir la energía que canalizaba para él.

Casi al final de la sesión aconteció algo extraño: mi mano derecha comenzó a «danzar» sobre su pecho, despertándome una imperiosa necesidad de «rascar» bajo la clavícula izquierda. Sin tocarlo comencé a rascar, como si excavara dentro del pecho. Luego de algunos minutos, tan repentinamente como el impulso de rascar llegó, así de rápido se fue. Roberto abrió los ojos, se sentó, dijo secamente «me voy», me saludó y partió. Su actitud cortante me dio la impresión que era escéptico y sólo había ido «por orden del médico»; seguramente ya no lo volvería a ver.

El resto del día fue muy extraño: me sentía agobiado, me dolía la cabeza, se me hinchó el estómago, tenía náuseas. Me puse a repasar qué había comido para sentirme tan mal, pero sólo había almorzado un poco de arroz y fruta; no quise cenar y me acosté con la certeza que dormir era la solución y que al despertar me habría recuperado. Pero al acostarme el malestar se hizo más intenso y la jaqueca se volvió insoportable. De pronto la náusea se hizo poderosa y corrí al baño a vomitar; fue tal el impulso que apenas abrí la puerta tuve que inclinarme sobre el lavamanos… y empecé a regurgitar algo que por su aspecto y hedor parecía carne podrida, de color negro y en cantidades que jamás hubiera podido comer.

Cuando terminé y abrí el grifo para limpiar, y aquello que parecía una masa de petróleo simplemente desapareció por el desagüe sin dejar manchas ni olores; el malestar desapareció también, me sentí perfectamente bien. Me acosté y dormí como un bebé.

A la semana Roberto volvió para otra sesión, pero esta vez al saludarme sonrió afectuoso, y la sesión fue un deleite. Al terminar la misma, Roberto dijo:

«¿Sabe que me curó?».

«¿Cómo dice?»

«Sí, usted me curó. Yo tenía cáncer de pulmón y estaba desahuciado; cuando me dijeron que ya no podían hacer nada me deprimí; el oncólogo me derivó a un siquiatra y éste me sugirió probar terapias «alternativas» para enfrentar el final de mi vida. Busqué en internet y luego hice varios papelitos donde anoté las diversas técnicas: flores de Bach, Yoga, Homeopatía, Reiki… Mezclé los papeles y saqué uno: era el de Reiki. Pocos días después vi en un comercio uno de sus volantes publicitarios y lo llamé. Gracias».

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