Prefiero reinar en el Paraíso a servir en el infierno

Ya no me apena oírte decir que tu religión es el único camino hacia la salvación del alma, que tu libro es la palabra de un dios, que tus líderes son sus embajadores autorizados.
Si realmente deseas pensar así, de modo arrogante, creyéndote dueño de la verdad; si envidias mi libertad de danzar con ángeles y aprender con demonios, si te enoja no poder manipularme pues no temo a tus apocalipsis (arrogancia, envidia, ira: pecados capitales que tu dios castiga), ya no me apenas; es tu elección.
Yo no creo en tu dios padre soltero caprichoso (que bien merece penitencia por andar asustando gente).
Yo conozco a la Divinidad que ya era la Diosa Madre mucho antes que tu dios empezara a rayar las paredes; con ella tenemos una relación amorosa muy plena. Ella me enseñó que la mujer no salió de una costilla del hombre, sino éste del vientre de ella; que el macho es una hembra genéticamente alterada por la inteligencia del Universo (a uno de sus X le falta una patita); me enseñó que los humanos no somos la especie que corona la creación, porque Todo es Uno: somos el árbol, somos el aire, somos la planta, somos el pez y el ave, nos dañamos cuando los dañamos; me enseñó que no puedo perder mi alma, que nadie puede comprarla ni tocarla pues es parte de la esencia misma del Todo, así como una nube es agua del mismo océano y a él retorna siempre; ella me enseñó que quien ama nada debe temer, y quien teme no ama; que las creencias pueden encarcelarnos, pero la verdad nos hará libres.
Ella no creó al Universo: ella es todos los Universos; ella jamás se enoja, aun cuando la ignoran o maltratan, porque sabe cómo regenerarse una y otra vez.

Ella me susurró: «No adores dioses ajenos delante de ti.
Sé libre, conócete, realízate, utiliza los hermosos dones que el Universo comparte contigo, eres eterno y tu poder es infinito. Yo te amo».

Desde entonces, cada día me enamoro más de ella y de mí.

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